Banda sonora 1

Somewhere over the rainbow

Fuera hace frío, el termómetro que hay junto al cartel de la puerta marca que están a tres grados. Mirando por la ventana sólo puede verse un manto de paraguas de colores moviéndose por todas partes, imposible distinguir a quienes van debajo. Son las seis de la tarde de un día gris de enero, y ahí fuera no llueve, diluvia.
En un día como este no tiene descanso. Todo el mundo busca donde refugiarse de la lluvia y este lugar es ideal para eso. El ruido envuelve el ambiente: grifos que se abren y se cierran, vasos que chocan, cucharillas que caen al suelo, demasiadas voces intentando hacerse escuchar por encima de las demás... Le duele la cabeza, se para, respira profundamente, le llama el trabajo, se estresa. Sólo quiere que acabe el día, marcharse y descansar. La monotonía le abruma, horas y horas de trabajo, paseando entre las mesas y soportando las quejas de unos clientes nunca satisfechos.
Se escucha el sonido de la campanilla que hay sobre la puerta al abrirse y entra una ráfaga de aire que momentáneamente hiela a todos en el local. Lleva todo el día intentando ignorar el tintineo, pero esta vez, de forma automática, su vista se desvía a un punto concreto del bar. Todo lo demás pasa a un segundo plano. Pero en cuanto se detiene a mirarla entrar sabe que algo va mal. Su sonrisa, esa eterna sonrisa que cada día le hace olvidar la pesadez del trabajo no está, ha desaparecido, no queda rastro de ella.
Ella. Sí, no hay otra forma de llamarla, para él lo es todo: simple y llanamente “Ella”. Lo supo desde el momento en que la vio, desde aquella tarde en la que ella cruzó esa puerta y se sentó junto a la ventana, sacó un libro de su bolso y se puso a leer durante horas evadiéndose del mundo que la rodeaba. La mira, siempre con discreción, pero ella ni se da cuenta. Normalmente se acerca a preguntarle qué va a tomar, aunque ya lo sabe, pero le sirve de excusa para hablar con ella, para escuchar su voz. Hoy simplemente la observa con tristeza, buscando algún rastro de su sonrisa, el brillo que hay en sus ojos, pero está como ausente. Espera un par de segundos, esperando que saque su libro y empiece a leer, sin embargo, ella se sienta con la mirada perdida en un mundo que nadie más puede ver.

                                                         ***

Hoy nada le salía bien. Normalmente logra mantener sus emociones bajo llave, encerradas en alguna parte de su alma lo suficientemente fuerte como para retenerlas. Pero siempre todo tiene un límite y ella está cansada. Cansada de todo, de que el mundo la trate mal, de soñar despierta y de que ninguno de esos sueños se cumpla. Cansada de esperar escuchar palabras que nadie le dice, de esperar tropezarse con alguien que la quiera, o que simplemente la conozca y la comprenda. Siente frío, pero no tiene nada que ver con la temperatura de fuera, sino con el gran vacío que hay en su interior.
Levanta la vista, lleva cinco minutos aquí sentada y empieza a pensar que se ha vuelto invisible hasta para el camarero, su camarero. Él, una de las pocas razones que tiene para romper su camino del trabajo a casa, de casa al trabajo. Si supiera que viene todos los días sólo para verle…, pero no lo sabe. Nadie lo sabe.
-  Aquí  tienes… -levanta la vista sorprendida. Encontrándose con unos ojos grises acompañados de una sonrisa que sabe que no es del todo sincera. Le ve marcharse y tarda un poco en reaccionar. No recuerda haber pedido nada aun, de hecho porque no lo hizo. Sobre la mesa descansa la taza, siempre verde, su color favorito. Un cappuccino con doble de crema y un toque de canela, como a ella le gusta.

                                                      ***

Sigue limpiando tras el mostrador después de eso, la observa de nuevo. Sonríe al verla coger su libro y ponerse a leer. Sabe que eso es una buena señal, que ha conseguido animarla. Pone toda su atención en el trabajo, observándola de vez en cuando mientras ella pasa una tras otra las páginas de ese libro.
Fuera ha escampado, el sol se asoma tímidamente entre las nubes. Se hace tarde y la cafetería empieza a vaciarse. El tintineo de la campanilla suena una vez más, la ve alejarse a través del cristal y siente un pequeño vacío por dentro. Un día más se siente un cobarde. Se acerca a la mesa donde ella estaba a recogerla, ve apoyado sobre una silla su paraguas verde.


                                                    ***

No echa de menos el paraguas hasta que las frías gotitas vuelven a caer mojando su pelo. ¿Pero cómo puede ser tan despistada? Se para un segundo en mitad de la calle pensando en las posibilidades: correr hacia la parada del autobús o volver a buscarlo. Da media vuelta y se sobresalta al encontrarse de frente unos ojos grises. Él la tapa con su paraguas verde.
- Gra-gracias… -tartamudea.
- Hoy no te he visto sonreír -es la única respuesta de él.
Ella le mira sin entender, está nerviosa. Siente el impulso de mirar hacia otro lado, de esquivar esos ojos que han conseguido sonrojarla y sin pensarlo, sonríe. Y le alegra ver que le devuelve la sonrisa.

                                                                ***

Nadie lo ha visto aún. Todos parecen demasiado inmersos en sus mundos: en su dolor, en sus preocupaciones, en sus alegrías, en sus esperanzas… Sólo una niña de siete años, con sus rizos rubios asomando por la capucha de un chubasquero rosa parece haberlo notado. En ese momento, cuando el sol amenazaba ya con ponerse y las nubes con volver a cubrirlo todo, aparece un arcoíris en el cielo.


 Caitlyn




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